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Diferencia entre revisiones de «Rodrigo Díaz de Vivar»

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== Biografía ==
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=== Nacimiento y genealogía ===
=== Nacimiento y genealogía ===
[[Archivo:Cid Campeador Buenos Aires.jpg|thumb|250px|Estatua del Cid, en Buenos Aires, obra de Anna Hyatt Huntington, inaugurada en octubre de 1935.]]
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Estatua del Cid en el parque de Balboa (San Diego (California).

Rodrigo Díaz de Vivar (Vivar del Cid, Burgos, hacia 1043[1]​ o 1048-1050[2]​ – Valencia, 1099) fue un hidalgo, guerrero y caballero de frontera castellano que llegó a dominar al frente de su propia mesnada todo el oriente de la Península Ibérica a finales del siglo XI, de forma autónoma respecto de la autoridad de rey alguno, aunque con el beneplácito del rey Alfonso VI.

Se trata de una figura histórica y legendaria de la Reconquista española, cuya vida inspiró el más importante cantar de gesta de la literatura española, el Cantar de mio Cid. Ha pasado a la posteridad como El Campeador o El Cid (del árabe dialectal سيد sīdi, 'señor'). Por el apelativo «Campeador» fue conocido en vida, pues se atestigua en documentos desde 1098; el sobrenombre de «Cid», aunque se conjetura que pudieron usarlo sus coetáneos zaragozanos o valencianos, aparece por vez primera en el Poema de Almería, compuesto entre 1147 y 1149.

Biografía

Nacimiento y genealogía

Archivo:Cid Campeador Buenos Aires.jpg
Estatua del Cid, en Buenos Aires, obra de Anna Hyatt Huntington, inaugurada en octubre de 1935.

Nació en fecha desconocida a mediados del siglo XI (según distintas propuestas, entre 1041 y 1054).[2][3][4]​ Su lugar de nacimiento está firmemente señalado por la tradición en Vivar del Cid, a 10 km de Burgos, aunque se carece de fuentes coetáneas a su vida que lo corroboren y la asociación de Vivar con el Cid se documenta por vez primera en el Cantar de mio Cid.[5]

Era hijo de Diego Laínez, infanzón «capitán de frontera» en las luchas entre navarros y castellanos en la línea de Ubierna (Atapuerca),[6]​ o de Diego Flaínez, en cuyo caso se trataría de un descendiente de una ilustre familia leonesa, los Flaínez.[7]​ De su madre se conoce el apellido, Rodríguez (más inseguro es su nombre, que podría ser María, Sancha o Teresa), hija de Rodrigo Álvarez de Asturias, de una de las familias nobles del condado de Castilla.[8]

Según la Historia Roderici, su abuelo por vía paterna era Laín Núñez, quien aparece como testigo en documentos expedidos por el Rey Fernando I de León y Castilla, a su vez descendiente de Laín Calvo, uno de los míticos Jueces de Castilla. Sin embargo, la genealogía de la Historia Roderici parece encaminada a buscarle parentesco con los legendarios Jueces de Castilla. Según Margarita Torre o Alberto Montaner Frutos, su abuelo sería Flaín Muñoz, un conde de León que vivió en torno al año 1000.[3][9]

Francisco Javier Peña Pérez resume el estado de la cuestión en una monografía de 2009.[10]​ Todas las interpretaciones parten de la genealogía de la Historia Roderici, y el propio autor de la biografía latina da su linaje con poca convicción utilizando la expresión «El origen de Rodrigo parece ser (esse videtur)...».[11]​ Además los ancestros paternos que allí aparecen no están documentados en diplomas de la época, excepto su padre, Diego Laínez, de forma esporádica. Menéndez Pidal, en su monumental La España del Cid (1929), en una línea de pensamiento neotradicionalista que se basa en la veracidad intrínseca de la literatura folklórica de cantares de gesta y romances, buscó a un Cid castellano y de humildes orígenes dentro de los infanzones, lo que cuadraba con su pensamiento de que el Cantar de mio Cid contenía una esencial historicidad. El poeta del Cantar diseña a su héroe como un castellano de baja hidalguía que asciende en la escala social hasta emparentar con monarquías, en oposición constante a los arraigados intereses de la nobleza terrateniente de León. Esta tesis tradicionalista es seguida también por Gonzalo Martínez Diez, quien ve en el padre del Cid a un «capitán de frontera» de poco relieve cuando señala «La ausencia total de Diego Laínez en todos los documentos otorgados por el rey Fernando I nos confirma que el infanzón de Vivar no figuró en ningún momento entre los primeros magnates del reino».[12]​ Sin embargo, esta visión se conjuga mal con la calificación de la Historia Roderici, que habla de Rodrigo Díaz como «varón ilustrísimo», es decir, perteneciente a la aristocracia; en el mismo sentido se pronuncia el Carmen Campidoctoris, que lo hace «Nobiliori de genere ortus» (Descendiente del más noble linaje).[13]​ Por otro lado, recientes estudios han desvelado que el patrimonio que Rodrigo heredó de su padre era extenso, e incluía propiedades en numerosas localidades de la comarca, lo que solo era dado a un miembro de la alta nobleza. El apellido materno, asimismo, era de antiguo abolengo. Dado este panorama, Peña Pérez (2009) concluye:

(...) nada nos impide pensar (...) que la genealogía de Rodrigo no sea más que un artificio literario, utilizado por sus primeros cronistas, vinculados a la corte navarra, para dar brillo genealógico al que, desde mediados del siglo XII, se estaba conformando como un icono legitimador de la dinastía de Sancho Ramírez el Restaurador (...) las recientes investigaciones sobre el patrimonio material de Rodrigo y el ascendiente familiar de su madre permiten concluir que en ningún modo estamos autorizados a calificar socialmente a Rodrigo como un mero infanzón; más bien al contrario, todo apunta hacia la necesidad de proceder a una recalificación de su perfil nobiliario, en cuyas filas más encumbradas se instalaría desde niño gracias a la herencia de su padre y al apellido de su madre.
Francisco Javier Peña Pérez (2009), pág. 39.

En 1058, siendo muy joven, entró en el servicio de la corte del rey Fernando I, como doncel o paje del príncipe Sancho, formando parte de su séquito. Este temprano ingreso en la cancillería real de Fernando I de León y Castilla es otro indicio que lleva a pensar que no era el muchacho Rodrigo Díaz un humilde infanzón, aunque su estatus en la alta nobleza lo debió tener «en calidad de recién llegado», y no como perteneciente a una raigambre de larga prosapia. En definitiva, el mito del infanzón humilde del Cid parece más bien un intento de acomodar el carácter del personaje legendario del Cantar de mio Cid al Rodrigo Díaz histórico para aumentar la heroicidad del protagonista, caracterizado como un castellano viejo pero de condición baja, y por tanto, en la necesidad original de Menéndez Pidal de no vincular en modo alguno a Rodrigo Díaz con una familia de alto linaje, como lo podía ser la figura mitificada de Laín Calvo.[14]

Juventud. Al servicio de Sancho II de Castilla

Firma autógrafa de Rodrigo Díaz: Ego Ruderico en un diploma de dotación a la Catedral de Valencia.

Rodrigo Díaz, muy joven, entró al servicio del infante Sancho, futuro Sancho II de Castilla. En su séquito fue instruido tanto en el manejo de las armas como en sus primeras letras, pues está documentado que sabía leer y escribir. Existe un diploma de dotación a la Catedral de Valencia de 1098 que Rodrigo suscribe con la fórmula autógrafa «Ego Ruderico, simul cum coniuge mea, afirmo oc quod superius scriptum est» (Yo Rodrigo, junto con mi esposa, suscribo lo que está arriba escrito). Tuvo, asimismo, conocimientos legales, pues intervino a instancias regias en dos ocasiones para dirimir contenciosos jurídicos, aunque quizá en el ambiente de la corte un noble de la posición de Rodrigo Díaz pudiera estar oralmente lo suficientemente familiarizado con las disputas legales como para ser convocado en este tipo de procesos.[15]

Fue investido caballero, con toda probabilidad por Sancho II,[3]​ a mediados de la década de 1060; según Martínez Diez en 1066 o 1067, antes de la Guerra de los tres Sanchos.[16]​ Desde el acceso al trono de Castilla de Sancho II los últimos días del año 1065 hasta la muerte de Sancho en 1072, el Cid gozó del favor del rey, como magnate de su séquito, en calidad de armiger regis, cuya función en el siglo XI era similar a la de un escudero, y sus atribuciones no eran todavía las del alférez real descrito en Las Partidas en el siglo XIII. El cargo de alférez a lo largo del siglo XII iría asumiendo la responsabilidad de portar la enseña real a caballo y ser jefe de la mesnada del rey. Durante el reinado de Sancho II de Castilla, esta alferecía del armiger era encomendada a caballeros jóvenes que se iniciaban en las funciones palatinas.[17][18]

Acompañó a Sancho en la guerra que este sostuvo contra su hermano Alfonso VI, rey de León, y con su hermano García, rey de Galicia. Los tres hermanos se disputaban la primacía sobre el reino dividido tras la muerte del padre y luchaban por reunificarlo. Rodrigo comenzó a desempeñar un papel notable como caballero guerrero, sobre todo en las victorias castellanas de Llantada (1068) y Golpejera (1072).[3]​ Tras esta última, Alfonso VI fue capturado y Sancho se adueñó de León y, a continuación, de Galicia, convirtiéndose en Sancho II de León. Es en estas batallas cuando, probablemente, ganara el sobrenombre de «campeador», es decir, batallador en lides campales.[3]

Parte de la nobleza leonesa se sublevó y se hizo fuerte en Zamora, bajo el amparo de la infanta doña Urraca, hermana de los anteriores. Sancho II, con la ayuda de Díaz de Vivar, sitió la ciudad, pero murió asesinado, según cuenta una extendida tradición, por el noble zamorano Bellido Dolfos, si bien la Historia Roderici no recoge que la muerte fuera por traición.[19]​ El episodio del Cerco de Zamora es uno de los pasajes que más recreaciones ha sufrido por parte de cantares de gesta, crónicas y romances, por lo que la información histórica acerca de este episodio es muy difícil de separar de la legendaria.[20]

Estatua del Cid, en Burgos, obra de Juan Cristóbal González Quesada, inaugurada en 1955.

Caballero de confianza de Alfonso VI

Alfonso VI recuperó el trono de León y sucedió a su hermano en el de Castilla, anexionándolo junto a Galicia, recuperando la unión del reino legionense que había desgajado su padre Fernando en su muerte. El conocido episodio de la Jura de Santa Gadea es un episodio legendario, según Martínez Diez «carente de cualquier base histórica o documental». La primera aparición de este pasaje literario data de 1236.[21]

Las relaciones entre Alfonso y Díaz de Vivar fueron en esta época excelentes;[22]​ aunque el nuevo rey le sustituyó en el cargo de alférez real por García Ordóñez, conde de Nájera, lo nombró juez o procurador en varios pleitos y le proporcionó un honroso matrimonio con Jimena Díaz (julio de 1074), noble asturiana, bisnieta de Alfonso V, con quien tuvo tres hijos: Diego, María (casada en segundas nupcias con Ramón Berenguer III, Conde de Barcelona) y Cristina (casada en segundas nupcias con el infante Ramiro Sánchez de Navarra). Este enlace con la alta nobleza leonesa indica que Rodrigo tenía muy buenas relaciones con el rey Alfonso.[3]

Muestra de la confianza que depositaba Alfonso VI en Rodrigo el Campeador, es que en 1079 fuera comisionado por el rey para cobrar las parias (tributos) al rey Almutamid de Sevilla. Pero en el desempeño de esta misión, el importante noble castellano García Ordóñez formaba parte del ejército que el rey Abdalá de Granada envió contra el rey de Sevilla, que gozaba de la protección de Alfonso VI, precisamente a cambio de las parias que el Cid estaba cobrando. Lógicamente, el Campeador ayudó con su contingente a defenderse al rey sevillano, que interceptó y venció a Abdalá en la batalla de Cabra, en la que García Ordóñez fue hecho prisionero. La recreación literaria ha querido ver en este episodio una de las causas de la enemistad de Alfonso VI, instigado por la nobleza afín a García Ordoñez, hacia Rodrigo, pero lo cierto es que la protección brindada al rico rey de Sevilla, que enriquecía con sus impuestos a Alfonso VI, solo beneficiaba los intereses del rey de Castilla.[3]

Los desencuentros con Alfonso fueron causados por un exceso (aunque no era raro en la época) de Díaz de Vivar tras repeler una incursión de tropas andalusíes en Soria en 1080, que le llevó, en su persecución, a adentrarse en el reino de Taifa toledano y saquear su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.

Primer destierro: al servicio de la Taifa de Zaragoza

Sin descartar del todo la posible influencia de cortesanos opuestos a Díaz de Vivar en la decisión, la incursión contra el territorio del rey títere toledano protegido de Alfonso Al-Qádir tuvo como consecuencia que el rey aplicara la figura jurídica de la «ira regia» que conllevaba el destierro y la ruptura de la relación de vasallaje con él.

A finales de 1080 o principios de 1081, Díaz de Vivar partió al destierro buscando un señor al que prestar sus servicios. Es muy posible que inicialmente buscara el amparo de los hermanos Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, condes de Barcelona, pero rechazaron su patrocinio. Seguidamente buscó un patrono al otro lado de la frontera, algo que no era extraño, pues el propio Alfonso VI había sido acogido por Al-Mamún de Toledo en 1072 durante su ostracismo.

Junto con sus vasallos o «mesnada», entró al servicio desde 1081 hasta 1085 del rey de Zaragoza, Al-Muqtadir, que ese mismo año enfermó gravemente y fue sucedido por Al-Mutamán. Este encomendó al Cid en 1082 una ofensiva contra su hermano el gobernador de Lérida Mundir, el cual, aliado con el conde Berenguer Ramón II de Barcelona y el rey de Aragón Sancho Ramírez, no acató el poder de Zaragoza a la muerte del padre de ambos Al-Muqtadir, desatándose las hostilidades fratricidas entre los dos reyes hudíes del Valle del Ebro.

La mesnada del Cid reforzó las plazas fuertes de Monzón y Tamarite y derrotó a la coalición, ya con el apoyo del grueso del ejército taifal de Zaragoza, en la batalla de Almenar, donde fue hecho prisionero el conde Ramón Berenguer II. Pudo originar el apoteósico recibimiento de los musulmanes de Zaragoza al Cid al grito de «sīdī» ('mi señor' en árabe andalusí, a su vez proveniente del árabe clásico sayyid) el apelativo romanceado de «mio Çid».

En 1084 el Cid desempeñaba una misión en el sureste de la taifa zaragozana, atacando Morella. Al-Mundir, señor de Lérida, Tortosa y Denia, vio en peligro sus tierras y recurrió de nuevo a Sancho Ramírez, que le atacó el 14 de agosto de 1084 en la batalla de Olocau del Rey. De nuevo el castellano se alzó con la victoria, reteniendo a dieciséis nobles aragoneses, que al fin liberó tras cobrar su rescate.

Reconciliación con el rey

Castillo de Murviedro (hoy Sagunto).

El 25 de mayo de 1085 Alfonso VI conquista la taifa de Toledo y en 1086 inicia el asedio a Zaragoza, ya con Al-Musta'in II en el trono de esta taifa, quien también tuvo a Rodrigo a su servicio. Pero a comienzos de agosto de ese año un ejército almorávide avanzó hacia el interior del reino de León, adonde Alfonso se vio obligado a interceptarlo, con resultado de derrota cristiana en la batalla de Sagrajas. Es posible que durante el cerco a Zaragoza Alfonso se reconciliara con El Cid. En cualquier caso, tras la derrota del rey Alfonso es patente que Rodrigo había sido rehabilitado, puesto que al de Vivar se le encargó la defensa de la zona levantina y se le concedieron varios dominios en tenencia en Castilla: Dueñas, San Esteban de Gormaz, Langa de Duero y Briviesca. La llegada de los almorávides, que observaban más estrictamente el cumplimiento de la ley islámica, hacía difícil para el rey taifa de Zaragoza mantener a un jefe del ejército y mesnada castellanos. Por otro lado, Alfonso VI pudo condonar la pena a Rodrigo ante la necesidad que tenía de valiosos caudillos con que enfrentar el nuevo poder de origen norteafricano.

Rodrigo acompaña a la corte del rey de León y Castilla en la primera mitad de 1087, y en verano se dirigió hacia Zaragoza, donde ser reunió de nuevo con Al-Musta'in II y, juntos, tomaron la ruta de Valencia para socorrer al rey-títere Al-Qadir del acoso de Al-Mundir (rey de Lérida entre 1082 y 1090), que se había aliado con Berenguer Ramón II de Barcelona para conquistar la rica taifa valenciana, en esta época un protectorado de Alfonso VI. El Cid logró repeler la incursión de Al-Mundir de Lérida, pero poco después, el rey de la taifa leridana tomaba la importante plaza fortificada de Murviedro (actual Sagunto), acosando otra vez peligrosamente a Valencia. Ante esta difícil situación, Rodrigo Díaz marchó a Castilla al encuentro de su rey para solicitar refuerzos y planear la estrategia defensiva en un futuro. Fruto de estos planes y acciones sería la posterior intervención cidiana en el Levante, que traería como resultado una sucesión encadenada de acciones bélicas que le llevarían a acabar por rendir la capital del Turia. Reforzada la mesnada del Cid, se encaminó a Murviedro con el fin de expugnar al rey hudí de Lérida.

Segundo destierro: su intervención en Levante

Al llegar el Cid a Murviedro, Valencia estaba siendo sitiada por Berenguer Ramón II. Rodrigo, ante la fortaleza de esta alianza, procuró un acuerdo con Al-Mundir de Lérida y pactó con el conde de Barcelona el levantamiento del asedio, que este hizo efectivo. Posteriormente, El Cid comenzó a cobrar las parias que anteriormente Valencia pagaba a Barcelona o al rey Alfonso VI, posiblemente de acuerdo con el rey castellano-leonés.

Sin embargo, en 1088, se produciría un nuevo desencuentro entre el caudillo castellano y su rey. Alfonso VI había conquistado Aledo (provincia de Murcia), desde donde ponía en peligro las taifas de Murcia, Granada y Sevilla, con continuas algaradas de saqueo. Entonces las taifas andalusíes solicitaron de nuevo la intervención del emperador almorávide, Yusuf ibn Tashufin, que sitió Aledo el verano de 1088. Alfonso acudió al rescate de la fortaleza y ordenó a Rodrigo que marchara a su encuentro para sumar sus fuerzas, pero el campeador, que se dirigió hacia Murcia, no acabó por reunirse con su rey, sin que se pueda discernir si la causa fue un problema logístico o la decisión del Cid de evitar el encuentro. En todo caso, Alfonso VI volvió a castigar al Cid con un nuevo destierro acusándole de traición.

A partir de este momento, planteó su intervención en Levante como una actividad personal y no como una misión por cuenta del rey. En 1090 saqueó la taifa de Denia y después se acercó a Murviedro, hostigando a Al-Qádir de Valencia, que pasó a pagarle tributos. El rey de Lérida, por su parte, nuevamente pidió ayuda frente al Cid al conde de Barcelona, Berenguer Ramón II, al que el castellano derrotó en Tevar en 1090, posiblemente un bosque situado en el actual puerto de Torre Miró, al norte de Morella. Berenguer Ramón II, tras este suceso, se comprometió a abandonar sus intereses en el Levante. Como consecuencia de estas victorias, el Cid se convirtió en la figura más poderosa del oriente de la Península.

En 1092 reconstruyó como base de operaciones la fortaleza de Peña Cadiella (actualmente La Carbonera, sierra de Benicadell), pero Alfonso VI sentía haber perdido su influencia en Valencia, rodeada por el protectorado establecido por el Cid. Para recuperar esa iniciativa se alió con Sancho Ramírez de Aragón, Berenguer Ramón II y consiguió el apoyo naval de Pisa y Génova. El rey de Aragón, el conde de Barcelona y la flota pisana y genovesa atacaron la Taifa de Tortosa, que había sido sometida por el Cid al pago de parias y, en verano de 1092, la coalición hostigó Valencia. Alfonso VI, por su parte, acudió más tarde por tierra a Valencia para acaudillar la alianza múltiple contra el Cid. Sin embargo, la ofensiva fue rechazada por el Campeador y Alfonso VI hubo de abandonar las tierras valencianas.

Rodrigo, que estaba en Zaragoza (la única taifa que no le tributaba parias) recabando el apoyo de Al-Musta'in II, tomó represalias contra el territorio castellano mediante una enérgica campaña de saqueo en La Rioja. Tras estos acontecimientos, ninguna fuerza cristiana se pudo oponer al Cid, y solo el potente Imperio almorávide, entonces en la cima de su poderío militar, podía hacerle frente.

La amenaza almorávide fue la causa que definitivamente llevó al Cid a dar un paso más en sus ambiciones en Levante y, superando la idea de crear un protectorado sobre las distintas fortalezas de la región, sostenido con el cobro de las parias de las taifas vecinas (Tortosa, Alpuente, Albarracín, y otras ciudades fortificadas levantinas) decidió conquistar la ciudad de Valencia para establecer un señorío hereditario, estatus extraordinario para un señor de la guerra independiente en cuanto que no estaba sometido a ningún rey cristiano.[23]

Conquista de Valencia

Tras el verano de 1092, con el Cid aún en Zaragoza, el cadí Ben Yahhaf (partidario de la facción almorávide) se hizo con el poder en Valencia, y Al-Qadir fue asesinado. Al conocer la noticia, el Campeador regresó a Valencia en noviembre y sitió la fortaleza de Cebolla, actualmente en el término municipal de El Puig, a catorce kilómetros de la capital levantina, rindiéndola mediado el año 1093 con la decidida intención de que le sirviera de base de operaciones para un definitivo asalto a Valencia.

Ese verano comenzó a cercar la ciudad. Valencia, en situación de peligro extremo, solicitó un ejército de socorro almorávide, que fue enviado al mando de Al-Latmuní y avanzó desde el sur de la capital del Turia hasta Almusafes, a veintitrés kilómetros de Valencia, para seguidamente volver a retirarse. Ya no recibirían los valencianos más auxilio y la ciudad empezó a sufrir las consecuencias del desabastecimiento. El estrecho cerco se prolongaría por casi un año entero, tras el cual Valencia se vio obligada a capitular el 15 de junio de 1094.

El Cid tomó posesión de la ciudad titulándose como «príncipe Rodrigo» y quizá de este periodo date el tratamiento de sidi (señor en dialecto hispanoárabe), que derivaría en «Cid». Con el fin de asegurarse las rutas del norte del nuevo señorío, Rodrigo consiguió aliarse con el nuevo rey de Aragón Pedro I, que había sido entronizado poco antes de la caída de Valencia durante el sitio de Huesca, y tomó el Castillo de Serra y Olocau en 1095.

De todos modos, la presión almorávide no cejó y en otoño de 1094 otro ejército al mando de Abu Abdalá llegó hasta Cuart de Poblet, a cinco kilómetros de la capital, donde fue interceptado y derrotado por el Cid. En 1097 una nueva incursión almorávide al mando de Muhammad ibn Tasufin intentó recuperar Valencia para el islam, pero cerca de Gandía fue derrotado por el Campeador en la batalla de Bairén con la colaboración del ejército de Pedro I de Aragón. Ese mismo año, Rodrigo envió a su único hijo varón, Diego Rodríguez, a luchar junto a Alfonso VI contra los almorávides; las tropas de Alfonso VI fueron derrotadas y Diego perdió la vida en la Batalla de Consuegra.[24]​ A fines de 1097 tomó Almenara, cerrando así las rutas del norte de Valencia y en 1098 conquistó definitivamente la imponente ciudad fortificada de Sagunto, con lo que consolidaba su dominio sobre la que había sido anteriormente taifa de Balansiya.

Establecido ya en Valencia, se alió también con Ramón Berenguer III con el propósito de frenar conjuntamente el empuje almorávide. Las alianzas militares se reforzaron con matrimonios. Una hija suya, Cristina, se casó hacia 1098 con con el infante Ramiro Sánchez de Navarra[25]​ y otra, María, estaba casada con el conde de Barcelona en 1103.[26]

Fallecimiento

Su fallecimiento se produjo en Valencia entre mayo y julio de 1099 (según Martínez Diez, el 10 de julio) debido a unas fiebres. Regaló su espada Tizona a su sobrino Pedro, junto con quien tantas veces había luchado. Doña Jimena consiguió defender la ciudad con la ayuda de su yerno Ramón Berenguer III durante un tiempo, pero en mayo de 1102, debido a una situación insostenible, con ayuda de Alfonso VI, la familia y gente del Cid abandonó Valencia.

Sus restos fueron inhumados en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña. Durante la Guerra de la Independencia los soldados franceses profanaron su tumba. Los restos fueron recuperados y, en 1842, trasladados a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos. Desde 1921 reposan junto con los de su esposa Doña Jimena en un emplazamiento privilegiado de la Catedral de Burgos.

Sobre el origen etimológico de El Campeador

Según Alberto Montaner Frutos[27]Campidoctor es un «sobrenombre encomiástico» que proviene de un tecnicismo del ejército romano, que denominaba al instructor en jefe de una cohorte. En el siglo XII se documenta con el sentido metafórico de 'magister', habitual en la escritura patrística, y el significado de 'comandante en jefe',[28]​ aunque ninguna de las dos acepciones encajan con el apelativo de Rodrigo Díaz, pues no fue instructor ni fue nombrado para un cargo militar por esta designación.[29]

Al abordar la tarea de dilucidar cuál es la etimología de «campeador», nos encontramos con dos tesis apoyadas por diferentes autores. La primera,[30]​ señala que el término «campeador» proviene de las locuciones latinas «campi doctor» o «campi doctus» apoyándose en diplomas coetáneos y en el mismo Carmen Campidoctoris o «campi doctus».

Esta hipótesis ha sido rebatida por otros autores, que opinan que campidoctor y campidoctus son neologismos introducidos para traducir al latín el término vernáculo asentado de «campeador»[31]​ sustentándose en los siguientes argumentos: Los documentos historiográficos temporalmente más cercanos a la vida de El Cid de los que disponemos estaban escritos en un latín más o menos culto, mientras que las hazañas del héroe se habían hecho ya populares en lengua romance. En este contexto, parece razonable suponer que los pocos escritores de la época (en su mayoría clérigos) quisieran dar un lustre culto a las expresiones del latín vulgar o el romance. Aceptando esta hipótesis, los autores citados interpretan el término «campeador» como voz romance lexicográficamente derivada del teutón «kamph» (lucha) y «kampher» (luchador). La etimología de estos vocablos godos parece a su vez ser de origen latino, pero se asumieron en el romance ibérico desde su origen y acepción germánica, no latina. Diez interpreta el concepto de luchador como el de el guerrero o campeón que reta al enemigo en combate singular, idea en la que abunda Dozy.[32]​ Siguiendo esta línea, Levi-Provençal mantiene que: "Hay un equívoco en la interpretación de la palabra española «Campeador». En vez de intentar explicarla por sí misma se acude a los vocablos latinos eruditos «campidoctor» y «campidoctus»"; pero a pesar de su raro empleo en el Carmen Campidoctoris y en la Historia Roderici, nada prueba que estas dos palabras latinas no hayan sido escogidas arbitrariamente a causa de su parecido fonético, para representar un vocablo popular". Reuniendo estas tesis de diversa procedencia, el profesor David Porrinas[33]​ parece descartar los términos «campi doctor» y «campi doctus» como origen de «campeador» para dar validez a la voz romance «campeador» o «campeator» como étimo primario del alias del héroe castellano en el sentido de «luchador, batallador».

En la misma línea se pronuncia Montaner Frutos en su «estudio preliminar» a la edición que con Ángel Escobar Chico realizó del Carmen Campidoctoris, publicado en 2001. Tras analizar el estado de la cuestión en los capítulos I. 1 y III. 1 del citado estudio,[34]​ concluye que el término Campidoctor en el Carmen, cuyo significado en romance sería el de «'experto en batallas campales'»:

se está refiriendo a una denominación común, adoptada quizá no por cultos clérigos conocedores del poco frecuente vocablo latino, sino por los caballeros veteranos y principales (maiores). En consecuencia, todo indica que el Campidoctor del Carmen es un término erudito que recubre en realidad una voz romance bien documentada, Campeador.
Montaner (2001), loc. cit., págs 26-27.

Más adelante, en este mismo estudio (apdo. III. 1, pág. 143), Montaner resume:

En vista de que la denominación romance hubo de anteceder a la designación latina (...) parece lógico entender (...) que el término clásico es una adaptación culta del epíteto vernáculo
Montaner (2001), loc. cit., pág. 143.

Finalmente, para el estudio de estos latinismos es fundamental el artículo de R. Manchón y J. F. Domínguez «Cultismo y vulgarismo en el latín medieval hispánico: a propósito de campidoctor, campidoctus y campeator / campiator», que se dio a conocer en el segundo Congreso Hispánico de Latín Medieval, celebrado en la Universidad de León en 1997.[35]

El Cid en la literatura

Las fuentes más antiguas acerca de Rodrigo Díaz pertenecen a la literatura andalusí del siglo XI. En ellas se depreca generalmente al Cid con los apelativos de tagiya ('tirano, traidor'), la'in ('maldito') o kalb ala'du ('perro enemigo'); solo en casos excepcionales, como en el elogio que le hace ya en el siglo XII el andalusí Ibn Bassam, la historiografía árabe se refiere al guerrero castellano en términos positivos, aunque en general Ibn- Bassam se refiere a Rui Díaz con imprecaciones, execrándolo a lo largo de toda su Al-Djazira fi mahasin ahl al-Yazira con las expresiones «perro gallego» o «al que Dios maldiga»:[36]

...era este infortunio [es decir, Rodrigo] en su época, por la práctica de la destreza, por la suma de su resolución y por el extremo de su intrepidez, uno de los grandes prodigios de Dios.
Ibn Bassam, Yazira, 1109.[37]

Es de notar, asimismo, que nunca se le aplica en las fuentes árabes el sobrenombre de sidi (señor) —que entre los mozárabes derivó a «Cid»—, pues era un tratamiento restringido a los dirigentes islámicos. Las obras más tempranas de que tenemos noticia sobre Rodrigo Díaz no se han conservado, aunque las conocemos mediante versiones.

La Elegía de Valencia del alfaquí Alwaqqashí fue escrita durante el sitio de Valencia (inicios de 1094). Entre ese año y 1107 Ibn Alqama compone su Manifiesto elocuente sobre el infausto incidente, que narra las vicisitudes del señorío del Cid en Valencia. Ibn Al-Faray, visir de Al-Qadir redacta un relato que no nos es conocido ni en su título, sobre los momentos previos a la conquista de Valencia por el Cid. Por último, en 1110, Ibn Bassam de Santarén dedica la tercera parte de su Dajira (Tesoro de las hermosas cualidades de la gente de la península) a dar su visión del Campeador.

En cuanto a las fuentes cristianas, disponemos de una crónica en latín, la Historia Roderici, que es la fuente latina más fiel de la vida del Cid, y fue escrita en la segunda mitad del siglo XII. Junto a los testimonios de historiadores árabes, que tenían un concepto de la historiografía más científico, es la principal fuente de nuestros conocimientos sobre el Cid histórico.

Manuscrito Carmen Campidoctoris.

La literatura de creación pronto tomó a Rodrigo Díaz de Vivar como un personaje legendario, contaminando progresivamente las fuentes más históricas con las leyendas orales que iban surgiendo para engrandecer su figura y despojar su biografía de los elementos menos aceptables por la mentalidad cristiana y el modelo heroico que se quería configurar. Sus hazañas fueron incluso objeto de inspiración literaria para escritores cultos y eruditos, como lo demuestra el Carmen Campidoctoris, un himno latino panegírico escrito en poco más de un centenar de versos sáficos en la segunda mitad del siglo XII que cantan al Campeador ensalzándolo como se hacía con los héroes y atletas clásicos grecolatinos. En esta obra ya no se encuentran registrados los servicios de Rodrigo al rey taifa de Zaragoza; además, se han dispuesto combates singulares con otros caballeros en sus mocedades para resaltar su heroísmo y aparece el motivo de los murmuradores, que provocan la enemiga del rey Alfonso, con lo que el rey de Castilla queda exonerado en parte de responsabilidad en el desencuentro y destierro del Cid. En resumen, el Carmen es un catálogo selecto de las proezas de Rodrigo, para lo cual se prefieren las lides campales y se desechan de sus fuentes (Historia Roderici y quizá la Crónica najerense) algaras de castigo, emboscadas o asedios, formas de combate que conllevaban un menor prestigio.[38]

Reproducción del primer folio del manuscrito del Cantar de mio Cid conservado en la Biblioteca Nacional de España

De esta misma época, data el primer cantar de gesta sobre el personaje: el Cantar de mio Cid escrito entre 1195 y 1207 por un autor culto, letrado de la zona de Burgos y con conocimientos de derecho. El poema épico refiere los hechos de la última parte de su vida (destierro de Castilla, batalla con el conde de Barcelona, conquista de Valencia), convenientemente recreados. El personaje en esta versión es un modelo de mesura y equilibrio; cuando del prototipo de héroe épico se esperaría una inmediata venganza de sangre, se toma su tiempo para reflexionar al recibir la mala noticia del maltrato de sus hijas («cuando ge lo dizen a mio Cid el Campeador, / una grand ora pensó e comidió», vv. 2827-8) y busca su reparación en un solemne proceso judicial; rechaza, además, actuar precipitadamente en batallas cuando las circunstancias lo desaconsejan. Por otro lado, el Cid mantiene buenas y amistosas relaciones con muchos musulmanes, como su aliado y vasallo Abengalbón, que refleja el estatus de mudéjar (los «moros de paz» del Cantar) y la convivencia con la comunidad hispanoárabe, de origen andalusí, habitual en los valles del Jalón y Jiloca por donde transcurre buena parte del texto.[39]

Entre los testimonios legendarios que se desarrollaron a la muerte del Cid en torno al monasterio de san Pedro de Cardeña está el utilizar a dos espadas con nombres propios, la llamada Colada y la Tizona, que según la leyenda era perteneciente a un rey de Marruecos y hecha en Córdoba. Ya desde el Cantar de mio Cid (solo cien años desde su muerte) figuran en la tradición los nombres de sus espadas y de su caballo, Babieca.

A partir del siglo XIV se va perpetuando una leyenda del Cid en las crónicas y sobre todo en los romances cidianos del romancero. Hasta el siglo XIV fue fabulada su vida en forma de epopeya, pero cada vez con más atención a su juventud, imaginada con mucha libertad creadora, como se puede observar en las tardías Mocedades de Rodrigo, en que se relata cómo en su juventud se atreve a invadir Francia y a eclipsar las hazañas de las chansons de geste francesas. Las nuevas composiciones le dibujaban un carácter altivo muy del gusto de la época, que contrasta con el personaje mesurado y prudente del Cantar de mio Cid. Su juventud y sus amores con Jimena fueron también objeto de tratamiento por parte del romancero, para introducir el tema sentimental en el relato completo de su leyenda. Del mismo modo, se añadieron episodios que le retrataban como un piadoso caballero cristiano, como el viaje a Santiago de Compostela o su caritativo comportamiento con un leproso, a quien, sin saber que es una prueba divina (pues es un ángel transformado en tullido), el Cid da de su comida y conforta. El Cid se va configurando, de ese modo, como perfecto amante y ejemplara de piedad cristiana. Todos estos pasajes que va elaborando el romancero, formarán la base de las comedias del Siglo de Oro que tomaron al Cid como protagonista.

En el siglo XVI, además de continuar con la tradición poética de elaborar romances artísticos, le fueron dedicadas varias obras teatrales de gran éxito, generalmente inspiradas en el propio romancero. En 1579 Juan de la Cueva escribió la comedia La muerte del rey don Sancho, basada en la gesta del cerco de Zamora. En este material se basó también Lope de Vega para componer Las almenas de Toro. Pero la más importante expresión teatral basada en el Cid son las dos obras de Guillén de Castro Las mocedades del Cid y Las hazañas del Cid, escritas en 1618. Corneille se basó (por momentos al pie de la letra) en la obra del español para componer Le Cid (1636), un clásico del teatro francés. Los románticos recogieron con entusiasmo la figura del Cid siguiendo el romancero y las comedias barrocas: ejemplos de la dramaturgia del siglo XIX son La jura de Santa Gadea, de Hartzenbusch y La leyenda del Cid, de Zorrilla. El novelista por entregas Manuel Fernández y González escribió una novela basada en sus aventuras y sus leyendas llamada El Cid, y Ramón Ortega y Frías escribió una novela por entregas con el mismo tema en la misma época.

Eduardo Marquina estrena en 1908 Las hijas del Cid. Fuera del teatro y ya en el siglo XX, cabe destacar las versiones poéticas modernas del Cantar de mio Cid que realizaron Pedro Salinas, en verso, y Camilo José Cela. Las ediciones críticas más recientes del Cantar, han devuelto la frescura y belleza a estos viejos versos; así, la más autorizada actualmente es la de Alberto Montaner Frutos que fue editada en 2000 para la colección «Biblioteca Clásica» de la editorial Crítica, revisada en 2007 en Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores.

Fuera de revisiones poéticas, existe una de las magnas obras del poeta y mago chileno Vicente Huidobro, que en 1929 publica La hazaña del Mío Cid, que como el mismo se encarga de señalar, es una «novela escrita por un poeta», lectura obligada para los devotos del Campidoctor.

A mediados del siglo XX, el actor Luis Escobar hizo una adaptación de Las mocedades del Cid para el teatro, titulada El amor es un potro desbocado; en los ochenta José Luis Olaizola publicó el ensayo El Cid el último héroe, y en el año 2000 el catedrático de historia y novelista José Luis Corral escribió una novela desmitificadora sobre el personaje titulada El Cid. En 2007 Agustín Sánchez Aguilar publicó la leyenda del Cid, adaptándola a un lenguaje más actual, pero sin olvidar la épica de las hazañas del caballero castellano.

El Cid en el cine y la televisión

En 1910 El Cid de Mario Casarini basado en la obra de Pierre Corneille.

En 1961 se estrenó la versión cinematográfica más popular del Cid. Fue dirigida por Anthony Mann y protagonizada por Sophia Loren y Charlton Heston. La película, producida por Samuel Bronston, se rodó en España.

En 1962 se realizó una coproducción hispano-italiana llamada Las hijas del Cid, dirigida por Miguel Iglesias.

En 1973, en un Estudio 1 se realizó una adaptación de El amor es un potro desbocado, donde Emilio Gutiérrez Caba hacía el papel del Cid, y Maribel Martín el de doña Jimena.

En 1980 se estrena en TVE la serie de animación Ruy, el pequeño Cid, donde se relatan las imaginarias aventuras de un Cid niño.

En 1983 se realizó en España una parodia sobre la vida del Cid llamada El Cid cabreador dirigida por Juan José Millán en la que el papel del protagonista estaba interpretado por Ángel Cristo y el de doña Jimena por Carmen Maura.

En 2003 se realizó una película animada llamada El Cid: La leyenda.

El Cid en la ópera

Jules Massenet, Le Cid.

La historia del Cid fue adaptada para la ópera en cuatro actos por los libretistas Adolphe-Philippe D'Ennery, Edouard Blau y Louis Gallet basándose en la obra de Pierre Corneille y compuesta por el músico Jules Massenet.

Claude Debussy comenzó a poner música a un libreto de Catulle Mendès titulado Rodrigue et Chimène y trabajó en él entre 1890 y 1893, pero no concluyó la obra y la abandonó por otros proyectos.

Véase también

Referencias

  1. Alberto Montaner Frutos (2000)
  2. a b Martínez Diez, Gonzalo, El Cid Histórico, Barcelona: Editorial Planeta, S.A. 2001. ISBN 84-08-03932-6.
  3. a b c d e f g Alberto Montaner Frutos, «El Cid. La historia.», en www.caminodelcid.org, página web del Consorcio Camino del Cid, Burgos, 2002.
  4. Peña Pérez (2009), pág. 45. La propuesta más tardía de 1054 fue planteada por Antonio Ubieto Arteta en El «Cantar de mio Cid» y algunos problemas históricos, Valencia, [Anubar antes art. en Lizargas, IV, 1972], 1973, pág. 177. Apud Peña Pérez (2009), loc. cit. n. 13.
  5. Peña Pérez (2009), pág. 46-47. Así, en el verso 295 del Cantar de mio Cid, aparece la expresión «mio Cid el de Bivar».
  6. Martínez Diez (1999), pág. 47.
  7. Cfr. F. Javier Peña Pérez (2009), pág. 37, que cita a Margarita Cecilia Torre Sevilla-Quiñones, «El linaje del Cid», Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, n.º 13 (2000-2002). ISSN 0212-2480, págs. 343-360.
  8. Martínez Diez (1999), págs. 42-45.
  9. Margarita Torre, «El linaje del Cid», loc. cit., págs. 343-360.
  10. Francisco Javier Peña Pérez, Mio Cid el del Cantar. Un héroe medieval a escala humana, Madrid, Sílex, 2009. ISBN 978-84-7737-217-2. Cfr. el capítulo «El Cid, ¿castellano viejo?, págs. 36-39». Véanse también las págs. 62-64.
  11. Peña Pérez (2009), pág. 39 y n. 9.
  12. Martínez Diez (1999),pág. 49.
  13. Carmen Campidoctoris, v. 21, en Montaner y Escobar (2000), pág. 200.
  14. Peña Pérez (2009), págs. 36-40.
  15. Fletcher (2007), pág. 113.
  16. Martínez Diez (1999), págs. 33-34.
  17. Montaner y Escobar (2001), págs. 35-43.
  18. Peña Pérez (2009), pág. 53.
  19. Fletcher (2007), págs. 122-123.
  20. Martínez Diez (1999), págs. 64-67.
  21. Martínez Diez (1999), págs. 71-72 y n. 7.
  22. Peña Pérez (2009), págs. 61-67.
  23. Fletcher (2007), pág. 190.
  24. Gonzalo Martínez Diez (1999, págs. 416-417) arguye los testimonios de la Primera Crónica General (o Estoria de España) alfonsí y del Liber regum, este último «muy bien informado» a su juicio:
    Este Mio Cid, el Campiador, ovo por mugier a doña Eximena, nieta del rey don Alfonso, filla del comde don Diago de Asturias, et ovo della un fillo et dos fillas, et el fillo ovo nombre Diago Royz, et matáronlo en Consuegra los moros; de las fillas, la una ovo nombre de doña Christina, la otra doña María.
    Liber regum.
    .
  25. Ian Michael, «Introducción» a su ed. de Poema de Mío Cid, Madrid, Castalia, 1976, pág. 39. ISBN 9788470391712.
  26. Francisco López Estrada Panorama crítico sobre el «Poema del Cid». Literatura y sociedad, Madrid, Castalia, 1982, pág. 134. ISBN 9788470394003.
  27. Alberto Montaner Frutos y Ángel Escobar, «Estudio preliminar», a la ed. Carmen Campidoctoris o Poema latino del Campeador, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, págs. 13-188. ISBN 978-84-95486-20-2. Cfr. especialmente los apartados I. 1, sección «El sobrenombre de Campeador (vv. 27-28)» (págs. 26-34) y apdo. III, «Aspectos literarios del Carmen Campidocotoris», subapartado III. 1 «Título», (págs. 137-143).
  28. Cfr. Pedro el Diácono, Chron. Casinensis IV 118 y 124. Apud Montaner y Escobar (2001), pág. 26, n. 19.
  29. Montaner y Escobar (2001), pág. 26
  30. Álvaro Galmes de Fuentes, Épica árabe y épica castellana, Barcelona, 1978, pp. 53-54; Menéndez Pidal, Ramón, La España del Cid, Madrid, 1956, pp. 1500-1712.
  31. Gonzalo Martínez Diez, El Cid Histórico, Planeta, ISBN 84-08-03932-6 1999, p. 22; Levi-Provençal, «La toma de Valencia por el Cid según las fuentes musulmanas y el original árabe de la Crónica General de España», Al-Andalus nº 13, 1948, pág. 102; Manuel Malo de Molina, Rodrigo el Campeador, Madrid, 1857, págs. 12-18; Diego Catalán, El Cid en la Historia y sus inventores, Madrid, 2002.
  32. Reinhat Dozy, Le Cid d'après des nouveaux documents, Leyde, 1860, págs. 12-14
  33. David Porrinas González, «Una interpretación del significado de Campeador: el Señor del Campo de Batalla», Norba. Revista de historia,[cita requerida] ISSN 0213-375X, pp. 1-20.
  34. Alberto Montaner Frutos y Ángel Escobar, «Estudio preliminar», a la ed. Carmen Campidoctoris o Poema latino del Campeador, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, págs. 13-188. ISBN 978-84-95486-20-2. Cfr. especialmente los apartados I. 1, sección «El sobrenombre de Campeador (vv. 27-28)» (págs. 26-34) y apdo. III, «Aspectos literarios del Carmen Campidocotoris», subapartado III. 1 «Título», (págs. 137-143). Añade a este pasaje, en loc. cit. pág. 27, n. 20, que «Esta es la opinión mejor fundada», y remite a la edición de Menéndez Pidal del Cantar de mio Cid revisada de 1944-1946 (Madrid-Espasa Calpe), págs. 527-528; al artículo de Lévi-Provençal «La toma de Valencia por el Cid según las fuentes musulmanas y el original árabe de la Crónica General de España», pub. en Al-Andalus nº 13, 1948, págs. 97-156; a la edición de J. Gil del Carmen Campidoctoris publicada en Falque, Gil y Maya, Chronica Hispana saeculi XII, Pars I, Turnhout, Brepols, 1990 (Corpus Christianorum, Continuatio Medievalis, LXXI), pág. 102, n. 10 y, sobre todo, al artículo de R. Manchón y J. F. Domínguez «Cultismo y vulgarismo en el latín medieval hispánico: a propósito de campidoctor, campidoctus y campeator / campiator», en M. Pérez González (coord.), Actas del II Congreso Hispánico de Latín Medieval (León, 11-14 de noviembre de 1997), León, Universidad, 1998, vol. II, págs. 619-621.
  35. Publicado en Pérez González (coord.) Actas del II Congreso Hispánico de Latín Medieval (León, 11-14 de noviembre de 1997), León, Universidad, 1998, vol. II, págs. 619-621.
  36. Martínez Diez (1999), págs. 26-29
  37. Abu-l-Hasan Alí ibn Bassam, al-Djazira..., apud Alberto Montaner Frutos, «La leyenda y elmito», en www.caminodelcid.org, Consorcio Camino del Cid, Burgos, 2002. Sin embargo, Montaner precisa que es necesario matizar la traducción de «prodigio», pues señala que «"prodigio" aquí no se toma del todo en buena parte.»
  38. Montaner y Escobar (2001), págs. 13-71.
  39. Montaner Frutos (2000), págs. 14-19 y 193, n. al v. 1464 y su n. complementaria págs 549-551.

Bibliografía

Enlaces externos