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“El otro” virtual (internet en clave borgeana)
Cuando Jorge Luis Borges logra doblegar el tiempo y se encuentra con “el otro”, que no es ninguno más que sí mismo, sabemos a ciencia cierta que la identidad triunfa y que la diversidad es una ilusión griega. Sería una fatalidad leer a Borges en mera clave heracliteana, aunque él a primera vista nos induzca a ello; cuando en realidad lo que nos ofrece es rozar una cosmología postparmenídea del mundo y de nosotros.
Sin pretenderlo desde sus ficciones, el autor se transforma en un Julio Verne de la cibernética. Una biblioteca de Babel es palpada cotidianamente por nuestros dedos, y también esos enigmáticos acercamientos personales, que tan anónimos comienzan con una danza de teclas, se vuelven impredecibles.
Y cuando con tanta ansiedad se tutea en línea, quien se nos aparece es querido. Sin embargo, “el otro” de nosotros sólo se le aparece a Jorge Luis Borges y a nadie más. ¿Habrá sido su encuentro un premonitorio uso de computadora atemporal? ¡Qué tan lejos estaremos de esa reunión inefable, perdidos en un mar profundo de palabras esbozadas!
El Borges mayor cuida y ama profundamente como a un hijo al Borges joven, que le inspira admiración y ternura, en el encuentro más íntimo y significativo de un ser humano a través del propio tiempo vivido.
Con cierta complejidad si bien mecánica, en un mundo menos borgeano, aprendiz de sabio, el aire virtual se torna más denso, cargado de voces, relatos incompletos, preguntas esbozadas, diálogos abiertos interminables. Ha quedado impregnado el espacio cibernético de vivencias para ser compartidas, que a la deriva se lanzan espontáneamente, y lo que sucede por azar será destino. Nuestros pasos por el mundo son más ágiles por toda esa inercia comunicativa y son más lentos cuando quieren avanzar dentro de un escenario abarrotado de individualidades dispersas.
Sería una osadía inescrupulosa simular en un juego virtual “al otro”, instrumentalizando nuestra identidad, y poniéndola al alcance de la mano. Encontrarnos con quien fuimos o seremos, en un solo tipear una fecha distante a la nuestra y toparnos allí con el otro o la otra de quienes somos…
Si el Escritor, tan experto en reflexionar consigo mismo, evitó deliberadamente reunirse al día siguiente con su imagen, sea del pasado o del futuro, ¿qué depararía a nosotros anticipando o posponiendo nuestra mutaciones vitales? Quién sabe, reconocernos en una bella anciana simpática, o revivir nuestros años de retoño, tal vez nos haría más humanos.
Patricia